Misionera de la Consolata de la primera hora. Aurelia Mercede Stefani nace en Anfo (BS) el 22 de agosto de 1891, es la quinta de doce hijos. Después de la muerte prematura de su mamá, ayudó en cuidar de sus hermanos y hermanas menores. Cuando tenía 13 años ya había decidido consagrarse a Dios.
Entro en el naciente Instituto de las Hermanas Misioneras de la Consolata, fundado en Turín por el Canónico José Allamano en 1910. Veintisieteava “recluta” de la nueva congregación misionera, entro en 1911 recibiendo el nombre de Irene.
Llega a la misión del Kenia en 1914 y durante la Primera Guerra Mundial trabajó como miembro de la Cruz roja en los hospitales militares del Kenia y de Tanzania, donde se distingue por su caridad heroica y su celo por la salvación de las almas: administra 3000 Bautismos en articulo mortis.
Después de la guerra, Hermana Irene vive su misión de anuncio del Evangelio y servicio de caridad en Gekondi, entre el pueblo Kikuyu, que la “bautizo” Nyaatha: madre toda misericordia.
En 1930 ofrece su vida al Señor por la misión. Contrae el virus asistiendo a un enfermo de peste y muere el 31 de octubre.
Nace en Anfo
Quinta de 12 hermanos y hermanas, fue bautizada con el nombre de Aurelia Mercedes.
La misión en el corazón
Entra en el Instituto de las Hermanas Misioneras de la Consolata y recibe el nombre de Irene. Vive intensamente el tiempo de formación para convertirse en religiosa misionera.
Parte para África
Hermana Irene parte para Kenia con el último barco que va directo en África, antes de que los mares cierren por la guerra mundial.
En los hospitales militares
Junto a otras Hermanas trabaja como miembro de la cruz roja en los hospitales militares en Kenia y Tanzania, donde los militares locales viven condiciones extremas.
En Gekondi
Vive una década de incansable apostolado, de anuncio del Evangelio y de caridad.
Ofrece su vida
Durante una epidemia de peste, la Hermana Irene se contagia el virus asistiendo a un maestro de la escuela. Unas semanas antes había ofrecido su “pobre vida” por la misión.
Llamadas por el Espíritu Santo a participar del Carisma, don de Dios a Padre Fundador, ofrecemos la vida, para siempre a Cristo en la Misión ad gentes, o sea a los no cristianos, para el anuncio de salvación y consolación.
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