La historia de los magos nos puede parecer un destino triste: llegan al final del tiempo de navidad, cuando parece que todo ya se decidió. Se los estuvo esperando por un tiempo largo, en algunos pesebres lo íbamos moviendo un poco todos los días, y cuando finalmente llegan al lugar, ya es hora de desarmar todo…
Por otra parte, ellos están entre los personajes de los cuales creemos saber mas de lo que en realidad dicen los evangelios. ¿Cuántos son, cómo se llaman, de dónde vienen? estas preguntas, estamos listos para responderlas. Pero ¿de verdad en el evangelio se dicen todas estas cosas? Sí dicen menos, y posiblemente hay una razón…
La voz de los otros
Los evangelios no son textos teóricos, escritos abstractamente para todos los lectores de todos los tiempos. Cierto, pueden y podrán ser leídos por quien lo desee, pero necesitamos recordar que quién lo ha escrito se dirigía a algunos lectores en particular. Lucas, por ejemplo, escribe para los cristianos que no saben mucho sobre el mundo hebraico, que se convirtieron al cristianismo cuando descubrieron la persona de Jesús, tal vez porque sintieron hablar de la resurrección. En general, no tienen problemas acerca de la relación de Jesús con las promesas de los profetas, de quienes ni siquiera han sentido hablar. Son lectores de sensibilidad griega, que no se impresionan por las exhibiciones de fuerza y de grandeza, pero son seducidos por quien es grande y se inclina hacia los más pequeños, se muestran tiernos y cariñosos. En resumen, se parecen bastante, y no es por casualidad que el evangelio de Lucas sea aquel, que habitualmente, de manera espontánea, nos parece “hablarnos” mejor.
De hecho, Lucas no se preocupa por recordarnos que Jesús es hebreo, que cumple lo esperado por los profetas, que tiene una relación con la ley de Moises, etc… Se concentra, en cambio, en mostrarnos la humanidad de Jesús, sus encuentros, las relaciones que tenía. Sin embargo, cuando escribe los dos capítulos sobre la infancia de Jesús, agrega tres cánticos, que en nuestra tradición muy a menudo son recordados con las primeras palabras latinas: el “Magnificat”, en boca de Maria (Lc 1,46-56), el “Benedictus”, pronunciado por Zacarías (Lc 1, 67-80) y el “Nunc dimittis”, en los labios de Simeón (Lc 2, 29-32). Estos cánticos están compuestos casi sólo por citaciones del Antiguo Testamento. Es como si Lucas supiese de tener que dar espacio a la tradición hebraica, y la coloca toda de una vez en el prólogo, para después no prestarle más atención.
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Mateo es casi lo opuesto de Lucas. Él escribe para los cristianos que vienen del hebraísmo, que conocen bien la Biblia hebraica y que piensan que si Jesús tiene mucha “novedad”, entonces quiere decir que anuncia otro Dios, o que el Dios del Antiguo Testamento estaba equivocado. Las dos hipótesis sonarían como una blasfemia. Es por esto que el evangelio de Mateo está lleno de citaciones y alusiones al Antiguo Testamento, casi en cada versículo. Quien conoce bien el Antiguo Testamento puede reconocer las referencias en cada párrafo, como un aficionado del cine recoge todas las alusiones a otras obras que algunos directores cultos aman poner en sus películas.
Pero Mateo, aún sabiendo que hay toda otra parte del mundo al que debe tener en cuenta, no le va a dedicar enorme atención a lo largo de su evangelio. Sólo lo va a colocar al inicio, hablando del niño Jesús. Los magos representan al mundo no hebraico, que vienen a rendir homenaje a Jesús.
¿Cuántos? ¿Cuáles? ¿Quiénes?
Algunos magos “llegaron de oriente” (Mt 2,1). Es todo lo que Mateo nos dice acerca de ellos. El término” Mago” indicaba a los sacerdotes de la región persa (actualmente Irán). Según los griegos, éstos eran buenos para interpretar los sueños. Más tenidos en cuenta como astrólogos, eran los de la Mesopotamia, que no llamaban “magos” a sus sacerdotes. Entonces, ¿de dónde venían? Mateo no lo dice; habla solo del “oriente”, que según el mundo antiguo era el lugar donde las personas eran más sabias, porque estaban más cerca al punto donde salía el sol, que era Dios visible.
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Son entonces personas, no hebreas, reconocidas por su sabiduría. Es la humanidad toda presente de la mejor manera, que se puede preguntar y sabe llevar adelante sus búsquedas de respuestas con paciencia y perseverancia.
Puede también ser interesante notar que Mateo no nos dice cuántos eran, ni cómo se llaman. Cierto, traen regalos y entonces la tradición pensó que también ellos eran tres, pero ese detalle no cuenta.
Tal vez, más allá de nuestra comprensible curiosidad, el evangelio nos dice lo esencial: hay hombres que buscan a Jesús, aunque no sepan nada acerca del hebraísmo. Jesús puede ser siempre importante para quienes están más allá de “nuestras” tradiciones. Él va a ser buscado y encontrado también por “otros” que están fueran de nuestros recintos.
Los tres dones
Los magos llevan tres dones. Podríamos obviamente preguntarnos, si no se trata en el fondo de un relato con valor simbólico: un cofre lleno de oro, (como vemos en nuestras representaciones del pesebre), le sacaría a la sagrada familia cualquier hipótesis de pobreza, al menos desde ese momento en adelante.. Es claro en este episodio también, como en todo lo que respecta a los evangelios de la infancia, si queremos entender qué nos quieren decir los evangelistas, debemos interpretarlo.
Los tres dones, entonces, dicen algo acerca de Jesús. Había una cita de Isaías que imaginaba los pueblos extranjeros yendo hacia Jerusalén llevando para el templo oro e incienso (Is 60, 6): el oro era el metal típico del rey, y el incienso el perfume reservado a Dios. Los magos, entonces, reconocen a Jesús como rey (de los judíos, del universo…) y Dios. Pero sus dones se hacen mas refinados agregando la mirra, que era el perfume reservado a la unción del cadáver. Desde el inicio también los forasteros, y no hebreos, pueden reconocer al recién nacido de Belén, como rey del universo y la imagen precisa de Dios. Él es también aquel que, aún siendo Dios, deberá hacerse profundamente humano, hasta morir como cada ser humano. Tan solo porque humano, mortal, es que aquel niño puede ser de verdad rey y Dios. Y será en su profunda humanidad que los otros seres humanos, aún aquellos que no son hebreos, podrán acogerlo.
Los tres dones pueden existir solo juntos: un muerto mas puede no servir, si no es Dios. Que es Dios ya sabemos, pero lo sorprendente es que comparte su humanidad hasta el final, hasta la muerte. y si este Dios no puede colocarse como modelo, guía, “rey” de la humanidad, queda entonces en lo abstracto. Los tres dones son dados a un bebé frágil, dependiente de otros y humanos como todos. El Dios que se hará conocer en Jesús puede ser soberano del universo solo porque hace propia, hasta el final, la fragilidad y la debilidad.
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Los magos y Herodes
Los magos llegan a Jesús buscando al rey de los judíos, porque la estrella les ha indicado dónde debía nacer. Pero una vez que llegaron a Judea, no saben dónde ir a buscarlo, y preguntan a Herodes (el que era comprensible: porque era el, el rey! Ingenuamente, se imaginaban que el rey de los judíos nacería en el palacio). Pero para volver por medio de un sueño, vienen avisados de evitarlo, y vuelven a casa pasando por otro camino. ¿No podía, el sueño y la estrella, indicarles a ellos primeros que camino debían hacer?
Parece casi que Mateo nos quiera sugerir todavía un símbolo: buscamos a Dios, el sentido de nuestra vida, con los instrumentos que tenemos a disposición, algunos de ellos no son buenos, incluso cuando todavía no lo sabemos. Una vez que encontramos a Dios, podríamos discernir que es mejor para nosotros. Pero entonces no hubiésemos llegado a conocer a Dios y el bien, si no nos hubiésemos involucrado, incluso con las imperfecciones de nuestros instrumentos…
Los magos nos dicen, cuanto es limitado e importante, al mismo tiempo, nuestro intento de entender, de caminar, de llegar a Dios. Del mismo modo, van de la mano la humildad (no llegaremos al meta solo gracias a nuestros esfuerzos) y la importancia de nuestra existencia. Los magos se convierten en nuestra guía en el camino: También nosotros somos llamados a reconocer en un frágil e indefenso recién nacido, nuestra guía (oro), nuestro punto de referencia último, porque es divino (incienso) y todo aquello gracias a asumir, como nosotros,todo, hasta la muerte (mirra).