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La Consolata, una presencia viva en nuestro camino hacia la santidad

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María con la Comunidad espera el don del Espíritu Santo

«Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta el confín de la tierra «. (Hechos 1, 8). El don del Espíritu Santo prometido por Jesús se derrama sobre la comunidad que se ha encontrado con el Resucitado y ahora la hace testigo, misionera de la alegría del Evangelio, en Judea, en Samaria y en todos los confines de la tierra.

Una misión confiada a la Iglesia y a nosotros hoy, en esta coyuntura de la historia, con una necesidad infinita de escuchar la Palabra que salva y reaviva la esperanza.

María, la Madre, estaba allí, en medio de la comunidad, reunida en oración y esperando al Espíritu (cf. Hechos 1, 14). Aquella que conoce bien su fuerza y su acción desde que, en la Anunciación, la envolvió en su sombra y la hizo Madre (Lc 1, 35). «Entre ella y el Espíritu Santo existe un vínculo único y eternamente indestructible que es la persona misma de Cristo, ‘concebido por obra del Espíritu Santo y nacido de la Virgen María'». 

Ella, la mujer del SÍ a Dios, con fidelidad y confianza inquebrantables, renueva su Fiat, siempre, en toda circunstancia, en los acontecimientos felices y tristes, cuando el plan de Dios parece claro y cuando es menos comprensible y no puede hacer otra cosa que guardarlo en su corazón, cuando su paso se vuelve ligero y la lleva rápidamente al encuentro del otro y cuando permanece firme, clavada en la cruz de su Hijo, en el dolor más profundo e insoportable y aún le es pedido para convertirse en Madre, vientre que genera una nueva humanidad que nace del corazón traspasado de Jesús. Es la hora del Hijo y allí está presente la Madre. Su vida fue un SÍ perenne a la voluntad de Dios para ella.

La Consolata nos lleva a Jesús

San José Allamano decía que «antes de ser consolada, María ha sido adolorada«. Vivió la pasión y muerte en profunda comunión con Jesús y en el misterio de la resurrección fue plenamente consolada. La consolación es un don del Espíritu, el Consolador, continuamente presente en el corazón de María, la verdadera morada de Dios. Comprendemos por qué María, la Consolata, que conoce a Dios y conoce los caminos de Dios, es nuestra guía segura en el camino que conduce a Él. Allamano dijo:

Escuchemos su voz, dulce y tranquilizadora, que nos dice de nuevo: «Haced lo que él os diga» (Jn 2, 5). Ella nos invita a no tener miedo, a abrir nuestro corazón a Dios, a convertirnos en tierra fértil donde Dios nos hace capaces de dar abundantes frutos de vida.

Mujeres y hombres de Dios que vivimos un proceso de transformación que nos hace testigos transparentes del amor de Dios, por lo tanto, verdaderamente misioneros en todos los aspectos. Personas ya no con la mirada hacia abajo, centradas en sí mismas, en los espacios estrechos y confinados donde un «yo» cada vez más exigente intenta encerrarnos. Es el Espíritu el que viene como un viento impetuoso, en un nuevo Pentecostés, entra en los espacios cerrados, cruza las puertas blindadas y nos abre a la luz y al calor del Amor que salva. Nos hace personas libres, capaces de reconocer cómo Dios nos visita hoy, visita nuestro mundo envuelto en oscuridad, angustia y dolor.

La Consolata, nuestra Madre Más Tierna

El mes de junio de este año es un mes particularmente cargado de gracia, un don de Dios. Nos preparamos para vivir Pentecostés y vivir la novena y la fiesta de nuestra madre, la Consolata, en este bendito y santo año del Jubileo de la Esperanza.

Dios Padre, que nos ama profundamente y quiere reunir a la humanidad en torno a Él, que quiere que cada hijo e hija viva seguro en casa con Él, que conozca su corazón y el gran amor por cada uno en particular, está dispuesto a venir a encontrarnos donde estamos, en la situación que vivimos, a donde nos lleva nuestro camino, para hacernos conocer su corazón y su amor infinito, un toque inconfundible que nos hace saltar y seguirlo en su camino.

Entonces también nosotros seremos sensibles y atentos a reconocer y realizar en nuestra vida la voluntad de Dios para nosotros, que se revela a través de las mediaciones que el Señor pone en nuestro camino. Y en este camino es tan dulce y tan hermoso tener a nuestro lado a la Consolata, la madre más tierna.

Para la reflexión personal

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José Allamano